Arquitectura compartida

“ y somos desganados y criollos en el espejo

y el mate compartido mide horas vanas,”

                                                Borges

 

 

Al recibir Renzo Piano el encargo de diseñar el centro de cultura Kanak en Nueva Caledonia, hace la siguiente reflexión:

 

“Cuando se habla de “cultura” uno acostumbra a referirse a la propia: una sopa refinada en la que se combinan Leonardo da Vinci, Freud, Kant, Darwin, Luis XIV y Don Quijote. En el Pacífico no solo la receta es diferente, sino que también lo son los ingredientes. Es posible tomar su sopa con desapego, llevando la propia cubertería, o también procurar entender cómo nació, porqué se ha encaminado hacia determinadas direcciones y qué filosofía de vida le ha dado forma.”

 

El resultado es un bello conjunto arquitectónico que reinterpreta la forma como la cultura Kanak se relaciona armoniosamente con su entorno.

 

Esa preocupación, que hoy es el común denominador de la gran mayoría de los arquitectos en el mundo, marca distancias con la arquitectura internacional conceptualizada en las décadas del veinte y el treinta del siglo pasado, como un reflujo inevitable aunque tardío de quinientos años de desarrollo agitado y contradictorio de la cultura occidental, movida –al decir de Sábato- por esas absorventes fuerzas de la razón y el dinero. Claro que el  arquitecto “moderno”, a pesar de sus manifiestos que reducían al hombre a una media estadística de un medio universal, no pudo abstraerse a la diversidad de su tiempo que terminó imponiéndole sus mandatos.

 

Los adjetivos utilizados para encasillar a los arquitectos en la segunda mitad del S XX, realmente interesan poco, pues lo trascendente son sus búsquedas  con todo lo inacabadas o poco claras que puedan ser. Es un momento de crisis, de cambio de paradigmas, en que el tiempo no es el mismo para todos a pesar de la globalización que se anuncia. Si el romanticismo, fuertemente expresado en la literatura y la pintura del S XIX, que tuvo un reflejo vital aunque corto en los movimientos del arte nuevo en Europa, vuelva en el último cuarto del S XX con la atracción por una praxis que se origine y reconozca en la organicidad de la naturaleza, es totalmente explicable en una arquitectura y unos arquitectos incómodos con la fría tarea de poner a funcionar la “máquina de habitar”. Lo propio podría decirse de la utopía recurrente de armonizar al hombre con sus medios de vida, siempre deseada y siempre distante; o el esfuerzo de vincular la técnica y la ciencia a la tradición más que a la vanguardia, cuestionando el fetiche de su poder transformador y ubicándolas como instrumentos  del hombre para su bienestar.

 

Qué lejos vemos hoy las declaraciones de los congresos internacionales de arquitectura y sus mandatos, que permitían medir y normar, clasificar y organizar, sin importar latitud, tiempo o sociedad. Hoy miramos con curiosidad y admiración, la dimensión que daban las culturas nativas americanas a la organización de su territorio, a la proyección astral de su arquitectura, al profundo diálogo del hombre, su entorno y su espiritualidad. Pocas veces  en la historia del hombre, el barro se ha dignificado tanto como en las edificaciones de Chan Chan de la cultura Mochica al norte del Perú; se ha conseguido el dominio del territorio, mediante el diálogo con el horizonte de las Pirámides de Cochasqui en el centro del Ecuador; se ha logrado una aproximación mística del hombre y el universo, con las construcciones geométrica de los complejos levantados en Tical en Guatemala. Estas referencias han estado allí por siglos, esperando el momento en que la diversidad sea signo de riqueza y no de exclusión, guardando celosamente la cosmovisión que portan para enriquecer la cultura del hombre.

 

Si los arquitectos hoy buscamos referencias que nos individualicen  frente al mundo global, una alternativa está precisamente en articular lenguajes sustentados en serias reflexiones de nuestras culturas vernáculas y la forma como se relacionaron con su medio, para avanzar en procesos de creación de nuevo tipo. Esto no quiere decir, en modo alguno, poner barreras y aislarse de mundo, sino por el contrario encontrar esos elementos que tiendan puentes, nos universalicen. Camino de grandes exigencias de imaginación, apertura e interacción cultural, en que los puntos de encuentro nos conduzcan, a nuevos y distintos simbolismos  depurados que los disfrutemos colectivamente.

 

 

 

Luis López López