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¿Cuántos decibeles soporta el oído sin que transmita neurosis al cerebro y éste, por tal motivo, no logre controlar las múltiples patologías que enferman el organismo humano ?. ¿Qué cantidad de CO2 soporta el flujo sanguíneo sin que se dañen sus conductos y por ende el sistema cardio respiratorio hasta el límite de  colapsar ?.  ¿Es aceptable que niños y jóvenes empleen dos y tres horas del día en movilizarse hasta sus escuelas y colegios, porque la ubicación de éstos ha sido pensada más en función del valor de los predios, que en la población a la que sirven ?.

 

La lista de interrogantes podría ser interminable, si solamente se piensa en los recorridos diarios que hacen los habitantes de las ciudades en el país y en lo absurdo de sus condiciones. Tal parece que las ciudades han sido hechas en función de los automotores, y que se confunde movilidad de personas con movilidad de vehículos.

 

Todos los días se escucha, de las autoridades respectivas y de los técnicos en transporte, un sinnúmero de soluciones para salir de semejante atolladero, y la verdad sea dicha, imaginación no falta, más lo que cabría preguntarse es si en las propuestas se está pensando primero en las personas o se continúa en esa espiral sin fin, de mejoras que parecería logran poner término a las dificultades, pero que solo evitan temporalmente el colapso.

 

Podríamos decir entonces que se trata de invertir el proceso, o más bien actuar en forma inversa a la actual, es decir, pensar que la ciudad está hecha para seres humanos y  que son ellos los que necesitan relacionarse, que además es hora de ocuparse del patrimonio natural con tanto afán como el cultural, que  primero están los seres humanos y luego sus medios, primero está la naturaleza y luego sus productos.

 

Tomemos como ejemplo la ubicación de los centros educativos. Las municipalidades en acción conjunta con el Ministerio de Educación, pueden generar planes de mediano y largo plazo (aunque en realidad deberían ser de urgente plazo) para reubicar la infraestructura educativa, que arribe a una racional distribución, homologando su calidad formativa, sus recursos humanos y materiales, para de esta forma ofrecer a todos los habitantes, iguales condiciones de acceso a la educación en iguales condiciones de calidad. La ubicación de los centros educativos, de maternal hasta superior, debe priorizar el menor tiempo de  traslado y la mayor accesibilidad,  de preferencia sin el uso de vehículos, desde la vivienda hasta dichos centros con recorridos de distancias cortas que sean hechos a pie, o en bicicleta. Cabe aquí una pequeña acotación; el suelo urbano, privado y público es en sentido histórico una inversión colectiva con apropiaciones individuales, todas las obras de infraestructura son realizadas con la contribución de todos los habitantes, en partes proporcionales, por lo que la plusvalía que ganan los terrenos, solo es resultado parcial de la inversión individual,  y mayoritariamente producida por la inversión colectiva. No es acaso válido pensar en que los usos del suelo urbano deben corresponder a esta lógica, y que sin desmerecer el derecho de sus propietarios, el destino y fin de los mismos debe responder fundamentalmente al bien  común. Si es la colectividad en su conjunto la que invierte en la ciudad, debe ser ésta la que decide sobre sus usos.

 

Un segundo ejemplo está en la eliminación de traslados inútiles. Todas las instituciones, públicas y privadas pueden adoptar planes de racionalización de sus procesos de gestión a los cuales se tenga acceso por medios informáticos, y puedan resolverse de tal forma que la presencia física del usuario no sea necesaria para realizar trámites de variada índole, con lo cual podría disminuirse significativamente los flujos de personas que hoy están obligadas a movilizarse  de un sitio a otro para efectuar engorrosos y largos trámites, que a más de un desperdicio de tiempo afectan la estabilidad emocional de quienes los realizan. Muchas instituciones ya lo hacen, se trata entonces de avanzar sobre lo ya logrado.

 

Las aceras, zonas de seguridad, pasos peatonales, semáforos peatonales, facilidades para niños, para personas de movilidad limitada y de adultos mayores, son necesarios, sí, y deben ser concebidos como objetos de primerísima calidad, en su diseño, en su ejecución y en su funcionamiento, pero se vuelven inservibles si no se los piensa en primer lugar, como accesorios que facilitan las relaciones entre individuos. La búsqueda de reacciones condicionadas a tal o cual elemento o estímulo, están bien para experimentos de laboratorio, más no para formas humanas de convivencia, en las cuales el otro es la condición de la sociabilidad.

 

Al igual que las interrogantes, las sugerencias para una mejor vida urbana podrían ser numerosas, pero lo más importante de buscar nuevas respuestas está en construir una cultura para la creación y uso del espacio público; los objetos, no pueden llevar a descuidar u olvidar que existe un campo situado más allá del utilitarismo de las cosas, que se encuentra en las personas y en el movimiento siempre cambiante de sus vidas, que los hace relacionarse, cohabitar, compartir vínculos, comunicarse. El derecho a la ciudad y la ciudadanía se funda en la mirada al otro, en el respeto a la libre voluntad del otro, a su distinción como sujeto, a la pregunta de quién y no qué es, a la posibilidad de comunicarse, que lo distingue de entre la masa, que lo rescata de su soledad.

 

Luis López López

Noviembre 2010