Como ha sucedido con casi todas las edificaciones del “casco colonial”, la Casa del Alabado ha sufrido múltiples cambios en sus aproximadamente cuatro siglos de existencia, ya sea por los destrozos ocasionados por los terremotos e inclemencias del clima, o por las “mejoras” y adecuaciones que hicieran sus propietarios en el transcurso de todos esos años.
Tierra, piedra y madera, son los tres componentes básicos con que se fabricaron los cimientos, muros, galerías y cubiertas de esta casa, recogiendo una tradición edilicia con más de cinco mil años de historia, que viene tanto de Mesopotámia, como de nuestro mismo continente.
El proceso de intervención, descubre y muestra los distintos momentos que han marcado la evolución de la casa e intenta presentarlos en un lenguaje único y a la vez diverso. El discurso ha cambiado desbordando los moldes tipológicos que se mostraron insuficientes para contenerlo. La expresión natural de los materiales, la presencia de texturas nacidas de la mano de los artesanos, la asimetría y falta de uniformidad de las masas murales, los nuevos-viejos espacios que surgieron, forman parte de este singular proceso.
El nuevo uso de la edificación como museo, recoge una premisa básica de la cual parte la intervención: la presencia de la luz. La luz cenital obtenida, por la separación de los planos de cubierta y cielo raso que llegan a las cumbreras, es usada como un recurso para percibir los espacios de forma distinta, sin modificar sus dimensiones y proporciones. La luz lateral, lograda al cambiar las puertas sólidas por vidrio, sirve como un vínculo interior-exterior con galerías y patios; de esta manera, el recorrido físico o visual, más que la constatación de algo ya conocido, se vuelve una experiencia nueva y el origen de una percepción espacial distinta.