“Los rostros privados
en lugares públicos
son más bellos y sabios
que los rostros públicos
en lugares privados”
W. H. AUDEN
Recordemos a nuestros abuelos compartiendo historias de aparecidos en la plaza del pueblo, o a ciudadanos griegos reunidos en el ágora debatiendo el destino de sus ciudades – estado. Dos situaciones distantes en el tiempo pero similares en su esencia: la comunicación. El hombre se humaniza –valga la redundancia- en la interacción con el otro, un ir y venir de valores éticos, estéticos y materiales que entretejen la compleja trama social.
En qué momento, el individuo encasillado en normativas laborales puestas para uniformizar sus acciones, o autoexiliado en la abulia familiar, puede transformarse en ser público, en individuo crítico, con capacidad para expresarse y actuar, sino en el contacto con sus semejantes, o debería decirse más bien sus diversos?. Nos hemos acostumbrado, sin percatarnos de ello, a desechar el contacto personal, a ser rostros anónimos, relacionados a lo sumo con objetos inanimados de imágenes y sonido proporcionados por los medios.
En sociedades cada vez más urbanas (hasta cuando?, no lo sabemos), el espacio público cobra una dimensión particular, la de ser un escenario importante de la comunicación humana. Allí, el habitante urbano (caminante, transeúnte, hombre, mujer, niño, niña), puede y debe ser más que un simple consumidor, condición que se le ha asignado desde el origen de las sociedades mercantiles y las ciudades burguesas. En condición de lugareños o viajeros, los sitios que recorremos forman en nuestra memoria percepciones particulares de épocas y lugares, así como de las intensiones y propósitos que han acumulado en el tiempo. Hay entonces en la relación entre naturaleza y humanidad, la producción de una riquísima variedad de hábitos, costumbres, valores y formas de vida que hacen la cultura del ambiente construido.
Las calzadas que recorremos, los muros que nos limitan, los espacios que nos contienen, las texturas que nos sugieren, los colores que alimentan nuestro ánimo, se constituyen así en medio y mensaje; los pasajes, aceras, placetas, plazas y parques en entorno y ocasión para el encuentro, para la mirada, el gesto, la palabra.
El espacio público es una invitación para que los arquitectos redescubran su función, los diseñadores desentrañen nuevos códigos, los artistas urgen en sus fuentes creativas y los ciudadanos desborden esa incapacidad de ser únicamente receptores de valores. Es un buen campo para la creación de una cultura diversa, alimentada por múltiples fuentes, que exija, pero también proponga.
Pensemos por un instante que caminamos por calles y plazas, con entornos amables, mirando rostros humanos…..
Luis López López
30 marzo 2009